SIERVO DE DIOS FERNANDO PASTOR DE LA CRUZ

Fernando Pastor era natural de Valhermoso de la Fuente (Cuenca). Desde niño demostró vocación profunda para el sacerdocio, ingresando en el Seminario de Cuenca. Durante sus estudios obtuvo la calificación de Meritissimus en todas las asignaturas.
En 1919 fue enviado a la Universidad Gregoriana de Roma, como alumno del Colegio Español; allí alcanzó los grados de doctor en Teología y en Filosofía, y Bachiller en Derecho Canónico. Se ordenó sacerdote y celebró su primera Misa en mayo de 1923, regresando al servicio de la Diócesis.
Fue nombrado capellán de las Clarisas de Alcocer (Guadalajara), y sirvió sucesivamente en las parroquias de los pueblos conquenses de Alcohujate, Buenache de Alarcón y Barchín del Hoyo; y, finalmente, en La Roda (Albacete). Opositó como capellán de la Armada y dos veces a una Canonjía de Cuenca, obteniendo siempre brillantes calificaciones. En 1929 fue nombrado párroco-arcipreste de Motilla del Palancar (Cuenca). Tomó posesión en noviembre de 1930. El día de su toma posesión, al ver la gran miseria en que vivían los pobres, escribió a su padre, que aún estaba en La Roda, estas palabras: «Gaste usted todo el dinero que me queda en la compra de mantas para estos pobres, pues me llega al alma verlos tan desabrigados, con el frío que ahora empieza...». A los pocos días, repartía cuarenta mantas entre los pobres de su parroquia. Entre los necesitados repartía el fruto de su trabajo manual. Y cedió al Ayuntamiento una casa que había adquirido, con el fin de que fuera destinada para albergue de los pobres transeúntes, «pues su caridad no podía soportar sin remordimiento el ver que algunos pasaban la noche a la intemperie, en el resquicio de las puertas, como si no fueran seres humanos».
Al advenimiento de la República, como no podía atender al sostenimiento de sus padres y de sus pobres, con quienes estaba verdaderamente encariñado, por haber sido suprimido el presupuesto del Culto y Clero, decidió poner una imprenta, previo consentimiento del señor Obispo, donde trabajó con sus propias manos para ganar el pan de sus padres y de sus pobres. Esta imprenta todavía hoy existe. Su padre, presintiendo el peligro que se avecinaba, le aconsejó varias veces que se marchara al extranjero a pasar una temporada; pero él siempre le respondía lo mismo: «El señor Obispo me ha confiado este rebaño, y yo no lo abandonaré hasta que me vea muy obligado...» Pocos días antes de que estallase la guerra, una señora de su feligresía le anunció algo del golpe terrible que se preparaba, y él contestó: «Si ha llegado ya la hora de tener que dar nuestra sangre por la Religión, la sangre no tiene ninguna importancia ni valor alguno; lo mismo da morir un poco antes que un poco después. ¿No dio Jesucristo la suya, siendo tan preciosa, por nuestra salvación? El mayor negocio de este mundo es que, cuando la muerte llegue, nos coja bien preparados...»
Permaneció en Motilla hasta el día 25 de julio; pero al prohibirle que abriera la iglesia, marchó a casa de sus padres, en Rubielos Altos, donde presenció escenas que le tenían atemorizado. Repetidas veces solicitó de sus paisanos un salvoconducto para marcharse a Madrid, pero siempre le fue negado; no pasaba día sin que los milicianos fueran a su casa a pedir ropas, dinero, camas y otros enseres que no podía negar. El día 8 de agosto supo la noticia de que habían asesinado a su hermano Graciano; y, como si presintiera su fin, el día 23 del mismo mes fue a visitar al párroco don Juan J. Camacho; se confesaron mutuamente, y se despidieron hasta la eternidad. Y efectivamente, el día 25 le anunciaron que los milicianos de Motilla vendrían a buscarle, lo cual no le intranquilizó, ya que nada malo temía de sus feligreses, por los que tanto había hecho. Aquel mismo día, a las once de la mañana, le avisaron de que fuera al Ayuntamiento, pues los de Motilla querían tomarle una simple declaración; el alcalde y tres milicianos repitieron a su padre las mismas palabras, diciéndole que estuviera tranquilo, porque ellos no buscaban sangre; que era cuestión de un par de horas, y con el mismo coche lo devolverían a su casa. Ante tantas seguridades, se presentó en el Ayuntamiento, acompañado de su padre, donde le repitieron las mismas frases de respeto y consideración. Pero una vez que subió al coche, y ya camino de Motilla, empezaron a insultarle y a maltratarlo ferozmente.
Llegados a la puerta del cuartel de Motilla, al dejarlo solo con el chofer, le dijo: «Cuando veas a mis padres, en mi nombre les das el último abrazo». Encerrado en el cuartel, fue cruelmente ultrajado. Al enterarse de ello una prima hermana, le llevó un vaso de leche y se lo entregó a un miliciano para que se lo diera; pero el miliciano, cuando el sacerdote alargó la mano para tomarlo, se lo bebió él, diciéndole después con burlas: «¿Te ha estado buena? ¿Para qué querías beber, si no te ha de hacer falta?». Después le enseñaban puñados de balas, y le decían: «Pronto te las vas a tragar todas»; a lo cual él contestaba: «Ya estoy dispuesto. Cuando queráis matarme, podéis hacerlo... No me torturéis más...» Finalmente, a las dos de la madrugada le hicieron subir brutalmente a un camión, diciéndole: «Vamos a llevarte a tu casa, como te hemos prometido». A lo que él contestó: «Ya sé a dónde me lleváis...». Subieron con él veinte o treinta milicianos, que por la carretera le golpeaban e insultaban diciéndole: «Poco te queda ya de vida... Tú no quieres declarar ni entregar la lista que tienes de los fascistas del pueblo y del distrito; tú sufrirás las consecuencias». Y él les replicaba con gran resignación: «Dichosos los que mueren por Dios y por España, y desgraciados de vosotros...».
Continuaron el viaje trágico hasta el lugar que los milicianos creyeron de la jurisdicción de San Clemente, mientras iban en aumento los insultos y vejaciones de que le hacían objeto, y él les dijo: «Sois unos ingratos y unos mal nacidos... Yo os aseguro que habréis de pagar muy caros vuestros crímenes, primero en este mundo miserable, después en el otro, donde no os valdrán las mentiras y los engaños...». Llegados al lugar designado, fuertemente atado, lo tiraron desde el camión, y retirándose un poco le dijeron: «Aún te puedes ganar la vida si dices: ¡Viva la República y viva el comunismo!». A lo cual el sacerdote contestó enérgicamente: «¡Viva nuestra Patrona, la Purísima Concepción! ¡Viva nuestro Padre Jesús Nazareno!». Al momento le hicieron una descarga, y en sus últimos instantes, mientras expiraba, continuaba el mártir repitiendo: «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!» .



Oración para pedir
la pronta Beatificación
de nuestros mártires

Oh Dios, que concediste
la gracia del martirio
a los Siervos de DiosEustaquio Nieto Martín, obispo de Siguenza,
al siervo de Dios Fernando Pastor de la Cruz párroco de Motilla del Palancar
y a los demás sacerdotes, religiosos y laicos
de nuestras diócesis,
haz que sus nombres aparezcan
en la gloria de los santos,
para que iluminen con su ejemplo
la vida y entrega de todos los cristianos.
Concédenos imitarlos
en su fortaleza ante el sufrimiento
y la gracia que por su intercesión te pedimos.
Por Jesucristo Nuestro Señor.